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Veintiocho estíos corren por mis manos

y nada he comprendido todavía.

Me siento abandonado, como siempre.

Como siempre, tengo el gesto vacío,

llanto, meláncolico, roto.

Me sigo preguntando por qué de las mañanas,

las tardes, el hoga languidente.

No sé por qué seguimos estiando el agosto

en nuestros ojos. Y cada día menos: Sentido,

origen, fin, quizás principio.

Busco en mi mano un dedo ya perdido;

un labio oculto interpongo al rostro.

¿Pero a dónde? ¡No hay lugares ya!

Solo rincones acabados; triángulos de polvo

en la azotea.

Ajusto el pie a la pierna y camino:

Me fatigo. Pienso oculto en la noche:

Soledad. Veintiocho ya en mi rostro.

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