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Aún no teniendo ninguna obligación para aquel sábado por la mañana, Mario Artrami programó su radio-despertador para las doce. Quedarse en la cama después de esa hora sería minutos que añadir a su complejo de culpabilidad. Lo que no podía imaginar era que la redondez de la hora escogida serviría para asustarle en un momento tan delicado.

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